Tuesday, June 28, 2005

La curvatura perfecta

Su primer retrato lo hizo a un huevo en el refrigerador. Paseo durante horas por la casa buscando un objeto de deseo. En su entender, necesitaba formas puras y redondas. Tras largo rato en la cocina, un huevo pareció ser por mucho la mejor opción. Fue un ejercicio poco alentador. Pasaron muchos años para que entendiera que una buena imagen requiere un mínimo de técnica. La idea de las formas puras y redondas regresó mucho después. Fue frente al espejo. Pero claro, fotografiarse bien los senos y las nalgas es como intentar lamerse el codo. Buscó entonces senos y nalgas de otros, por supuesto, muy redondos. Cualquier momento del día era bueno para buscar la curva perfecta. Los dieciocho son muy inquietos en todos sentidos. Son agotadores y radicales, más si se trata de una mujer apasionada como Ramona. Durante ese año redactó varios manifiestos de vida. Concluyó entonces que que fotografiar era como hacer el amor. Primero seducir, después penetrar. Respaldaba su dogma con el hecho de que al fotografiar sudaba a chorros, grande gotas saladas, redondas y perfectas que nacián detrás de su oreja, pasaban por el cuello cuello y desembocaban en la espalda baja. Ser su modelo requería de paciencia. Ramona encontraba gran placer sólo de mirar por el lente. La óptica le permitía ir al detalle en la piel, penetrar en la textura de los poros, apreciar las aterciopelada vellosidad de un ombligo y definir planos en la voluptuosidad de un muslo interminable. Encontrar la curva perfecta en un seno encumbrado por un pezón rosa y erecto. Imaginaba los labios húmedos de su amante. Su secreto era la autoseducción y el acto fotográfico era el verdadero principio estimulante que pocas veces llegaba a consumar con el sexo.

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